3.9.12

YOL lim ƒ(x)=0

YOLO: ¡Bah! Yo vivo y muero a cada rato. En días buenos, lo he hecho hasta 12 veces. En los mejores, solo dos o tres. Y digo que son buenos únicamente porque al final vivo, porque sé que me queda comenzar el día siguiente para seguir tratando.
Ocurre así: se me presenta una situación y con ella la posibilidad de decidir. Si elijo "A", vivo. Si elijo "B", muero. El problema es que la decisión no suele ser simple. Las opciones se extienden por todo el abecedario y existen múltiples variaciones para cada una de las letras. Así, si me voy por "C" muero pero no inmediatamente, aunque sí antes que en "A". También se da el caso que diferentes acciones llegan a un mismo resultado, y escogiendo "W" o "B2" pasa exactamente lo mismo que en "A". Pero suficiente de la técnica.
Ha sucedido, por ejemplo, que he pensado en ir a la tienda a comprar un café. Puedo ir en este momento o demorarme hasta terminar de escribir esto. De inicio existen implicaciones en cada una de las situaciones: tal vez el café me ayude a terminar de escribir más rápido, o quizá ir a la tienda rompa el flujo y entonces tardaré todavía más en acabar. Es posible, también, que ir ahora signifique un cigarrillo menos y que tomar un poco de sol me ayude a vivir 5 años más. Por otra parte, salir cuando hay más luz solar puede recaer en que me dé cáncer de piel y viva 15 años menos. Así, ya morí dos veces.
Luego, tomada la elección, se despliega un montón de alternativas propias de logística: ¿me voy por la calle o por la banqueta?, ¿la banqueta del lado izquierdo o la del derecho?, ¿en qué punto decido cruzar la calle?. Y si me voy por la banqueta del lado derecho, puede que venga un hombre en sentido contrario y justo cuando nos encontremos saque una navaja, la clave en mi estómago y robe mis pertenencias. Eso, sumado a que decidí salir al terminar de escribir, significa que fumé el cigarrillo extra y mi sangre fluye más rápido, por lo que probablemente moriré. En cambio, si mi trayecto por la banqueta no se ve truncado por un delincuente hipotético y hasta el final decido cruzar la calle, puede que en ese momento un vehículo manejado por un conductor descuidado no considere a mi persona y me atropelle por accidente. Así, ya morí otras dos veces. ¡La pena! 
Afortunadamente o no, esto ya no se presenta como un problema. Mi cerebro ha automatizado el proceso a través del que pienso en todas las posibilidades y dura apenas unos segundos. El verdadero problema es que cada vez considero más y más opciones, y contemplo todas sus consecuencias. Y si me puse los tenis rojos, moriré. Y si me puse la camisa azul, viviré. Y si bebí un vaso de leche a las 6:59 o a las 7:00 resulta en el cliché de "un minuto puede salvarte la vida". Así como estoy consciente que al escribir estas letras quizá estoy poniendo en marcha la serie de eventos que ha de llevar a mi muerte. Cero y van cinco. 
Además, últimamente he adquirido la maña de contabilizar factores externos que también pueden contribuir a que yo me mantenga con vida o no. A saber, las decisiones de la demás gente, la composición de las cosas que utilizo, incluso las condiciones climáticas son cruciales cuando se trata de vivir o morir. De forma que si mañana llueve mientras llevo puestos los zapatos con suela de cuero que hace tres años fabricó defectuosamente un niño taiwanés, y sin quererlo piso el chicle masticado que una mujer decidió tirar a la mitad de la acera por falta de sabor, entonces es probable que muera aplastado a causa de la viga de acero que el conductor de la grúa que construye el edificio al lado de mi oficina dejó caer, a partir de que derramó sobre sus piernas el café extremadamente caliente que el empleado de la cafetería de la esquina no vigiló. 
Ahora, no puedo dejar que todo esto me paralice. Y no es porque yo sea particularmente valiente; al contrario, es que surge el problema que, de quedarme inmóvil, probablemente no obtendría los nutrientes necesarios ni haría el ejercicio suficiente para salvar mi vida. Tampoco es que yo sea paranoico pero, a decir verdad, no quiero que mi muerte se deba a una decisión poco concienzuda. Mucho menos es que yo sea soberbio pero, basado en mi lógica, mi muerte probablemente afectaría la vida de alguien más, y definitivamente no quiero causarle daño a otra persona, ni siquiera de modo indirecto. 
Por último, quisiera decir, no es que yo le tenga un especial aprecio a mi vida -o para tal efecto a la vida en general. Pero ya me tocó vivir. Y, siendo honesto, la razón por la que decido seguir con vida es precisamente que esto de seguir tomando decisiones y ver cómo son afectadas por el resto del universo es por demás interesante. Así que concuerdo con el YOLO en lo de "sin mirar atrás"; mas no es falta de arrepentimiento, es que no vaya ser que recordando me mate. 



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N. El autor se disculpa de antemano por las muertes que la escritura o lectura de este texto pueda causar. 

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