8.3.11

En reparación

Todo empieza con un ligero temblor. Tu cuerpo se mueve bruscamente y tus oídos vibran. Volteas a todas las direcciones y parece que no entiendes. El movimiento se hace más fuerte y empiezas a ver más claro. No, más claro no, son tus ojos en blanco.
Respiras cada vez más intenso, entrecortado. Olvidas cómo inhalar y exhalar, y es entonces cuando jadeas. Abrazas fuertemente ese cuerpo. Aprietas los ojos.
Tu corazón bombea más rápido, con el mismo ritmo al que va tu nariz, que también es el compás de tu piel. Te estremeces tanto que te paralizas.
Quieres gritar, pero te muerdes los labios.
Te confundes y confundes los sentidos. Escuchas en blanco y tus gemidos son sordos. Sigues con los ojos cerrados, tratando de calmarte un poco, de relajarte y aguantar.
La presión de tu sangre es intermitente. Ahora hay una sinfonía adentro de ti. Llegas a ese punto donde todo lo demás desaparece. Dura apenas unos segundos pero se siente como más. Aquí es cuando gritas. Y con el alarido comienzas a dejarlo ir.
Tu cuerpo vuelve a su temperatura regular. Poco a poco liberas tus ojos, hasta abrirlos por completo. Retienes el aire y lo vas dejando salir lentamente. Ya no tiemblas y de nuevo puedes oír los ruidos de siempre. Te humedeces los labios.
Sueltas tus piernas. Dejas la posición fetal y te recompones.
¡Felicidades, has superado tu primer ataque de pánico!