12.9.12

Actrices

Escena 1. 
En una heladería de buena fama pero que nunca fue muy popular, ubicada en la colonia Montañas, al poniente de la ciudad, pasan las cinco de la tarde. 
Ella tiene los ojos redondos y cafés. Él usa un anillo grande de oro en la mano derecha. Ella trae el cabello recogido. Él tiene las arrugas de la frente muy marcadas. Ella usa una blusa holgada que deja expuesto su hombro derecho. La tira del sostén es blanca. Él es moreno, tiene más de 40 años. Ella es morena, ronda los 30. Él tiene poco cabello y una camisa pasada de moda. Ella le sonríe y lo mira atentamente. Él busca el ventanal, mira a la mesa de al lado, nos mira a mi amigo y a mí, y vuelve la vista hacia ella, sonriendo, sabiendo que no tiene de qué preocuparse. 
Así es como ocurre: Él tiene una esposa con la que hacía el amor una vez a la semana, y hace dos meses de eso. Tiene dos hijos, varones, uno que cruza la adolescencia y se encierra en su recámara y otro que todavía regresa de la escuela a abrazar a su madre y enseñarle la nota del día. Extraña la época cuando los dos eran más pequeños y los llevaba al parque a jugar, empujarlos en los columpios, perseguirlos en el zacate, sostenerlos en el subibaja. Nunca fue su intención engañarlos pero la conoció a ella, con la que ahora está sentado, y simplemente pasó. Hablaron por primera vez en una convención de ventas y en seguida se fueron a un hotel. Se esconde porque no quiere lastimar a su esposa e hijos, pero esta nueva mujer lo hace sentir algo que había olvidado que podía sentir. 
Ya se está metiendo el sol y él apenas ha tocado su helado. Ella recorre los límites de su vasito con la cuchara, buscando encontrar algo más que saborear. Él la toma del mentón y la acerca. Sus labios se tocan para darse un beso inocente y nada más. Los dos sonríen. 
Suena un teléfono. Es de ella. Busca dentro de su bolso negro y considerablemente grande por unos segundos hasta agarrarlo. Pica un botón, acerca el aparato a su oreja derecha, gira su cabeza hacia el lado opuesto de donde está su amante y responde "¿Hola?... Sí... Sí, ando por aquí... Por la colonia Universidad... Vine a recoger unas cosas... Una tela para un disfraz que necesita Dani. Ya voy para allá, en una media hora llego... ¡También te quiero! Ahorita nos vemos, mi amor... Adiós." Cuelga. Él mira hacia abajo, hacia su helado o a la mesa. Volteo a donde está mi amigo, que ya me está viendo. Únicamente remarco: "Te dije. Solamente, no creí que fuera ella." 

Escena 2. 
En el estacionamiento de un supermercado, está casi vacío porque hoy juega la selección nacional de futbol, y son las nueve y quince de la noche. 
Ella tiene el cabello teñido de rojo y recogido en una cola, su cabeza está adornada por un moño. El maquillaje que usa es exagerado para sus párpados caídos. Trae puestos una blusa de flores y un pantalón azul que resaltan lo ancho de su cuerpo. Luce como de 50 años; probablemente tenga más. Se baja del Honda Accord gris oscuro dando un portazo. Su cara es de molestia. Cruza frente al auto y hace un ademán para que el auto no acelere y la deje pasar. 
Así es como ocurre: Ellos son esposos. Él quiere quedarse en casa a ver el televisor. Ella necesita salir a comprar leche y unos víveres más para la comida que tiene pensado preparar mañana. Él se ofrece a darle dinero y le entrega las llaves del auto. Ella lo que quiere es consideración de su parte. Él se enoja y dice que no entiende. Ella cree que es algo más profundo, un indicio de que hay algo perdido en su matrimonio. Él llegó tarde a la casa, por el trabajo. Ella cree que la está engañando, y la comida y la compañía son una excusa para pasar más tiempo juntos y recobrar su matrimonio. Él acepta, rejego, a acompañarla. Ella le dice que ya no, que prefiere ir sola. Ya es demasiado tarde. 
Él va con el vidrio abajo y fuma un cigarrillo. Solo tiene cabello en las sienes y usa un bigote negro. Se ríe fuertemente y se le inflan los cachetes. Por el movimiento de sus ojos se nota que le va mirando el trasero. Me voltea a ver y avienta lo que queda de su cigarrillo hacia donde estoy. Pisa el acelerador y el auto sale del estacionamiento, hacia la avenida. 
Ella se queda observando al auto en movimiento. Su cara no es de molestia sino de vergüenza. Me mira, se da media vuelta y emprende hacia su propio automóvil ahí estacionado. 

Escena 3. 
En una habitación ubicada en la planta superior de una casa, una mujer está sentada frente al monitor de su computadora, es la una de la tarde. Al mismo tiempo, en una oficina casera a puerta cerrada, con las persianas bloqueando el sol, un hombre está sentado en su escritorio mientras teclea rápidamente en su computadora portátil. Estan hablando entre ellos. 
Así es como ocurre: Federico y Laura son una pareja de recién casados. Valeria y Paco son una pareja de recién casados. Laura y Federico compran la casa 207. Paco y Valeria compran la casa 209. Valeria y Laura se topan afuera, hablan de jardinería  y terminan yendo de compras y a almorzar juntas. Federico y Paco hablan de finanzas, discuten política y mencionan la posibilidad de hacer negocios juntos. Paco y Valeria son padrinos de Ana Celia, la hija mayor de Laura y Federico. Federico y Laura son padrinos de Panchito, el hijo menor de Valeria y Paco. Todos los sábados en la noche salen a cenar los cuatro. Últimamente, Laura toma un curso de psicología por las mañanas y Paco trabaja en servicio presencial a oficinas. Federico maneja su negocio en casa y Valeria está dando los últimos toques a su tesis de licenciatura desde la computadora familiar. 
Federico... ándale, mándame una foto. 
Valeria... no puedo, ya casi van a llegar Paco y los niños. 
Federico... nomás una, por favor, así con la tanga roja. 
Valeria... bueno, espérame. 
Federico... estoy a punto de explotar. 
Valeria... ja ja... imagínate que estoy abajo de tu escritorio, mi cabeza está entre tus piernas. 
Federico... ¡¡¡eso, eso!!! bájame los pantalones, métetela en la boca. 
Valeria... empiezo lento, despacito... 
Federico... ¿y qué más haces? 
...
Federico... ¿¿¿??? ¡¿Y luego?! 
Valeria... Ya llegó Paco, me tengo que ir a calentar la comida. 
Federico... noooo. 
Terminando de comer, Valeria está en el baño, lavándose los dientes, mientras Paco lee una revista en la cama. 
—¿Y qué hiciste hoy, amor?— pregunta Paco. 
—Nada, amor. Terminé un capítulo de la tesis. Pero todavía me falta.— respondió Valeria. 
—Ahhh. Oye, ¿y traías la tanga roja?— pregunta Paco. 
En menos de un mes, observo un letrero sobre la casa 209 que dice "EN VENTA". 

Escena 4.
En una habitación, adornada con un estante, libros, cajas de películas, discos, fotografías y ropa tirada por doquier, dentro de una casa sola, son más de las siete y empieza a anochecer. 
—Es que, no sé. 
—No pasa nada, en serio. Si quieres vemos una película. O vamos a cenar. 
—No, no. No es eso. Es que, no sé. 
—En serio, no hay problema. Te lo prometo. 
—Es que nunca he hecho esto. 
—Tranquila, shhh. 
Él le da un abrazo. Ella entierra la cara entre su hombro y su cuello. Él se acerca a su cabello, huele a frutas. Ella se ríe o llora, y se levanta para mirarlo a los ojos. Él la besa en la frente, después en la mejilla, justo debajo de su ojo, y luego en la zona donde termina su oreja. Ella sonríe, se moja los labios y deja salir un suspiro. 
Así es como ocurre: Se conocieron hace tiempo. Siempre hubo atracción pero nunca había aparecido un momento oportuno. Les gusta la misma música, opinan lo mismo sobre algunas novelas y se ríen en las mismas escenas cuando van al cine. Pueden platicar de casi cualquier tema durante horas y horas, y casi siempre concluyen que mejor deberían estar haciendo otras cosas. Una noche que cada uno estaba aburrido en su propia casa, decidieron salir a tomar unas copas. Ella pidió tequila, él pidió cervezas. Dejaban de platicar para solicitar canciones al cantinero. Ella traía bufanda y una falda, él traía una camiseta de Spider-Man con pantalón formal y zapatos de vestir. Dejaban de platicar para cantar. Ella se sentía gorda ese día, él le dijo que se veía mejor que el resto de las mujeres en el bar. Dejaron de platicar para darse un beso. Ella tenía que regresar temprano, él la tomó de la mano y la acompañó corriendo hasta su automóvil. Dejaron de platicar por un mes.
—Me encantas— dijo él, mirándola con asombro y mordiéndose el labio inferior. 
—Hace tanto tiempo que quería que pasara esto— dijo ella, lanzándose a su cuello y apretando sus labios contra los de él. 
—Confía en mí— dijo él y, echando la cabeza para atrás, le preguntó: —¿Confías en mí?—. Ella asintió múltiples veces. Él la recostó en la cama. —Todo va a estar bienElla acarició su cabello entre los dedos, —Lo sé. Él le desabotonó el cárdigan y luego la blusa color crema con pequeñas flores rojas. Ella le levantó la camiseta azul por encima de los brazos y la cabeza. Él le desabrochó el sostén con facilidad y hundió la boca en sus pechos. Ella respiraba agitadamente y movía las manos para desabrocharle el cinturón. Él bajó el cierre de la falda y la deslizó por sus piernas. Ella bajó sus pantalones hasta la rodilla y dejó que él hiciera el resto. —Andrés— dijo ella, entre suspiros, de forma entrecortada. Él la miró, sonrió y se lanzó a su boca. —Sofía— le dijo, entre besos y caricias. 
Follaron por casi dos horas y al terminar, después de compartir un cigarrillo, ella le dijo que tenía que irse. 
En otra habitación, decorada con pósters en las paredes y con música saliendo de una computadora, son las diez de la noche. 
—¿Y qué vas a hacer hoy, Andrés? 
—No sé, ¿y ustedes? 
—Vamos a ver una película. ¿No te quieres quedar? 
—No, ja ja ja. 
—Anda, no seas mamón. 
—No, Javier. Yo por mí me quedo. Pero van a hacer cosas de novios y no quiero interrumpir. 
—Que conste, eh. Bueno, pues ya vete yendo, ja ja. 
—Hasta luego, Andrés. Cuídate. 
—Nos vemos, Sofía— es lo último que digo antes de cerrar la puerta por detrás. 

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